El 2 de agosto de 216 a.C. tuvo lugar una de las batallas más importantes de la antigüedad entre las legiones de la República romana y el ejército de mercenarios de Aníbal Barca, en representación de la República cartaginesa.
Después de dos años de guerra, Aníbal había atravesado los Pirineos y los Alpes, se había enfrentado a varias tribus galas, había perdido a la mitad de su ejército y a casi la totalidad de sus elefantes de guerra, y se había abierto paso por la Península Itálica tras vencer a Publio Cornelio Escipión (padre) en la escaramuza de Tesino, derrotar a las legiones de Sempronio Longo en el río Trebia y masacrar al cónsul Cayo Flaminio en el lago Trasimeno.
Tras estas derrotas romanas, el Senado encargó a Quinto Fabio Máximo la tarea de vencer a Aníbal, nombrándole dictador. Fabio Máximo, militar veterano en la lucha contra las tribus galas del norte de Italia, usó una estrategia de desgaste contra los cartagineses, pero ésta fue ineficaz, lenta e insuficiente, y los senadores pronto se cansaron y presionaron a Máximo para que dejara el cargo de dictador.
En un esfuerzo descomunal, el Senado romano consiguió reunir un ejército de más 80.000 romanos y aliados, de los cuales sólo seis mil cuatrocientos eran caballería, para derrotar a las molestas tropas hostiles que asolaban el centro de Italia. Los cónsules designados para enfrentarse a los cartagineses fueron: Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, dos senadores con diferentes puntos de vista respecto a la estrategia que debían usar para vencer a Aníbal, lo que sería problemático a la hora de la verdad. Varo quería enfrentarse directamente a Aníbal, mientras que Paulo, más conservador, prefería desgastar a Aníbal mediante escaramuzas y dejando sin suministros al ejército de Aníbal, para enfrentarse a éste cuando más débil fuera.
Aníbal estaba en clara inferioridad numérica. Los romanos les doblaban en número y armamento, aunque no en calidad; las tropas cartaginesas, compuestas por mercenarios africanos, hispanos y galos, conocían bien la guerra después de las victorias de los años anteriores frente a los romanos, las luchas contra las tribus galas, y las anteriores campañas en Hispania. De entre esa masa de guerreros de todas las naciones, los que destacaban del resto era la caballería númida, la mejor caballería de su tiempo, además de varios miles de jinetes hispanos y galos, en total unos ocho mil jinetes; ésa era la mayor ventaja de los cartagineses, ventaja que resultaría decisiva. Aníbal era muy consciente del desafío que tenía por delante: derrotar nada menos que al mayor ejército reunido por Roma hasta el momento. Para ello ideó un plan táctico que aún hoy se sigue estudiando en las academias militares.
Una vez llegaron los romanos a las cercanías de Cannas, tras un intento de emboscada por parte de Aníbal, repelido por los romanos, éstos se asentaron junto al Río Aufidus, cerca de la fortaleza de Cannas, donde los cartagineses tenían su campamento. Durante días ambos ejércitos se hostigaron sin llegar a entrar en combate, debido a las diferencias entre los dos cónsules, pero el 2 de agosto, sabiendo Aníbal que ese día tenía Varrón el mando del ejército, y que él ansiaba entrar en combate y que no era prudente como Paulo, desplegó su ejército al otro lado del Río Aufidus.
Los romanos se desplegaron frente al ejército de Aníbal, de forma convencional, la infantería en el centro, en una larga línea de más de un kilómetro y en las alas a la caballería, lideradas en cada lado por los cónsules: a la derecha Paulo, que lideraba el ala de caballería más débil, y a la izquierda Varrón, que mandaba a un número superior de jinetes. La infantería formó en tres líneas de infantería pesada: hastati, princeps y triari, y una de infantería ligera: vélites. Primero los vélites, que debían hostigar a la vanguardia enemiga, luego los hastati, que eran, dentro de la infantería pesada, los más jóvenes y pobres, iban armados con un escudo largo (scutum), varias pila y una gladio; luego, en la segunda línea de infantes pesados se situaron los princeps, que tenían el mismo armamento que los hastati pero además podían llevar una coraza de cota de malla; por último estaban los triari, los legionarios más veteranos, armados con escudo y lanza larga. Varrón ordenó que los manípulos de las legiones estuvieran más juntos unos de otros, restando maniobrabilidad, mostrando una mayor profundidad que frente, haciendo que el ejército romano tuviera la misma longitud que el cartaginés, a pesar de su superioridad numérica.
El ejército cartaginés se desplegó de una forma extraña: el centro cartaginés estaba más adelantado que los flancos, formando una especie de arco. En el centro, Aníbal situó a sus peores tropas, la infantería gala e ibera, y su infantería ligera; estos últimos debían hostigar a los romanos durante su avance. Aníbal y su hermano Magón dirigirían personalmente el centro de la batalla. En los flancos situó a su mejor infantería, los libios, armados en gran parte con la panoplia romana, obtenidas a lo largo de las victorias frente a las legiones los dos años anteriores. En las alas situó a la caballería: a la derecha la caballería númida, liderada por Maharbal, y a la izquierda la caballería gala e íbera, mandada por Himilcón (O Asdrubal). Aníbal había preparado su trampa; ahora los romanos debían caer en ella.
Los vélites romanos avanzaron primero hacia la infantería ligera cartaginesa. Después de varios minutos de hostigamiento, la infantería gala e íbera avanzó hacia las posiciones romanas; no lo hizo así la infantería libia, que permaneció en sus posiciones. Poco después lo hizo la infantería romana, que acudió al encuentro de los mercenarios de Aníbal. Pronto se manifestó la clara superioridad de los romanos en la lucha entre formaciones, y los galos e íberos empezaron a retroceder, perdiendo grandes palmos de terreno. Las cosas parecían ir bien para los romano, que se confiaron y siguieron avanzando.
Los vélites romanos avanzaron primero hacia la infantería ligera cartaginesa. Después de varios minutos de hostigamiento, la infantería gala e íbera avanzó hacia las posiciones romanas; no lo hizo así la infantería libia, que permaneció en sus posiciones. Poco después lo hizo la infantería romana, que acudió al encuentro de los mercenarios de Aníbal. Pronto se manifestó la clara superioridad de los romanos en la lucha entre formaciones, y los galos e íberos empezaron a retroceder, perdiendo grandes palmos de terreno. Las cosas parecían ir bien para los romano, que se confiaron y siguieron avanzando.
La batalla también se inició en los flancos de las caballerías. A la derecha, la caballería dirigida por Himilcón se enfrentó a los escasos jinetes del cónsul Emilio Paulo, que no pudieron aguantar la acometida de la muy superior caballería gala e íbera. El propio cónsul fue herido en la refriega, por lo que tuvo que replegarse junto a unos pocos de sus hombres.
En el otro flanco, a Varrón no le iban tan mal las cosas; tenía delante a los númidas, que no parecían querer enfrentarse directamente con los romanos, sino que intentaban flanquearlos y hostigarlos con proyectiles, y cuando los romanos intentaban atacarles de frente, los númidas retrocedían; así sucesivamente.
La batalla seguía en el centro, donde galos e íberos retrocedían sin parar. Parecía que la infantería romana iba a quebrar la formación cartaginesa. Tanto se habían adentrado los romanos en las líneas cartaginesas que, sin saberlo, empezaban a ser embolsados por esas mismas tropas a las que estaban masacrando.
Aníbal sabía que el centro no resistiría más y ordenó que la infantería pesada libia de los flancos, que todavía no había entrado en combate, avanzara hacia los romanos terminando de rodear a su infantería. Así hicieron. Al mismo tiempo, galos e íberos dejaron de retroceder y volvieron al combate. En un abrir y cerrar de ojos la infantería romana estaba prácticamente embolsada.
Los jinetes de Varrón fueron atacados por la caballería gala e íbera de Himilcón, que aparecieron en la retaguardia sorprendiéndoles, y a su vez se encontraron con los númidas, que esta vez si atacaron. Los jinetes romanos, en inferioridad numérica y casi rodeados, escaparon del campo de batalla siguiendo al cónsul Varrón, que no tuvo ningún reparo en abandonar a sus hombres. Sin caballería que cubriese la retirada de la infantería, el grueso del ejército romano quedó a merced de Aníbal y sus huestes.
La caballería cartaginesa, superado el trámite de los jinetes de Varrón y Paulo, cargaron contra la indefensa retaguardia romana, terminando de cercar a los miles de infantes romanos que se aglomeraban, totalmente cercados, en un reducido espacio. Sin posibilidad de maniobrar, desmoralizados y con uno de sus líderes huyendo, los romanos se abocaban al fracaso. La batalla estaba decidida.
Varios miles de soldados romanos lograron romper la línea cartaginesa en un punto, escapando de la masacre que vendría a continuación. Uno de aquellos hombres era el joven tribuno Publio Cornelio Escipión, que jamás olvidaría la lección aprendida aquel 2 de agosto del 216 a.C. Sería en Zama, en el año 202 a.C., donde Escipión lavaría el honor de Roma y las legiones, pero esa es otra historia.
El grueso de la infantería romana había quedado totalmente rodeada. Aquellos soldados, cerradas todas las escapatorias posibles, vieron su fin cercano. Nada podían hacer más que esperar la inminente muerte, la esclavitud o cautiverio. La matanza fue atroz y se alargó durante horas, hasta que el último romano yació muerto o cayó prisionero.
El resultado de la debacle fue la perdida de entre cincuenta y setenta mil itálicos, un desastre sin precedentes para Roma. Todo parecía suponer que Roma caería irremediablemente ante Aníbal. Sin sus legiones, Roma sólo contaba con sus murallas, las cohortes urbanas y los supervivientes a la masacre. Nada podía impedir que Aníbal se dirigiera a Roma. El miedo y el pánico cundió en la ciudad del Tíber; temían que el invencible Aníbal apareciera junto a sus murallas.
Misteriosamente, Aníbal no avanzó contra Roma, sino que dirigió sus pasos hacia el sur. ¿A qué se debe este extraño comportamiento? La batalla de Cannas había sido una gran victoria, pero había sido muy costosa; las bajas cartaginesas fueron muy altas: al menos ocho mil hombres perdieron la vida, además de un número similar de heridos. Su ejército estaba mermado y agotado, no obstante, la moral del ejército volvía a estar alta. Tras la batalla, Maharbal invitó a Aníbal a que atacase Roma aprovechando la recién lograda victoria, pero éste rechazó esa posibilidad, a lo que Maharbal respondió: «Verdaderamente, los dioses no han querido dar todas las virtudes a la misma persona. Sabes sin duda, Aníbal, cómo vencer, pero no sabes cómo hacer uso de tu victoria». Aníbal tomó una decisión ese día: no atacar Roma. ¿Por qué? ¿Por qué no atacó Roma? Muchos historiadores se han aventurado a pensar que aquel hecho pudo cambiar el curso de la historia, pero ¿lo habría hecho realmente? Roma había sufrido un duro revés, pero no estaba ni de lejos derrotada. El Senado estaba predispuesto a seguir la guerra a toda costa. Por ello rechazaron a la delegación cartaginesa que fue a Roma a negociar la paz y se tomaron medidas extraordinarias como la movilización de toda la población masculina, incluyendo libertos y esclavos, que fueron manumitidos para formar parte de las nuevas legiones. Aníbal tenía un buen ejército de maniobra, cuya fuerza residía en la movilidad de su caballería, pero ese ejército era ineficaz en un asedio, y más cuando la ciudad asediada se trataba de Roma, que contaba con sólidas defensas y una numerosa guarnición: los diez mil hombres de las cohortes urbanas más las nuevas levas. Para cuando Aníbal hubiera llegado a Roma, ésta estaría bien abastecida y protegida. Tomarla por asalto era bastante improbable; los cartaginenses no disponían de ningún tipo de equipo de asedio y, aun reuniendo un gran número de escalas y construyendo torres y otras máquinas de asedio, tomar Roma resultaría imposible con una guarnición tan numerosa, la otra alternativa era rendir por hambre la ciudad, pero, estando los cartagineses en tierra hostil, no tendrían ninguna línea de abastecimiento segura, por lo que sólo vivirían del pillaje en una tierra que ya habría sido esquilmada por los romanos antes del asedio. Los cartagineses morirían de hambre antes que conseguir su ansiado objetivo. Conquistar Roma era por tanto, tarea imposible, al menos de momento. La estrategia de Aníbal tras la batalla fue la de quebrar las alianzas de Roma con los estados de Italia, por ello fue al sur, donde se ganó la lealtad de ciudades como Capua y Tarento. A largo plazo esta estrategia se mostró ineficaz, pues, aunque Aníbal consiguió alianzas importantes con las ciudades griegas del sur de Italia, con Siracusa e incluso con el Reino de Macedonia, esto no fue suficiente para derrotar a Roma, que fue recuperándose poco a poco y cambió su estrategia militar, volviendo a usar las tácticas de desgaste de Fábio Máximo, evitando el enfrentamiento directo con Aníbal, que fue quedando recluido en el sur de Italia hasta que el Senado de Cartago reclamó a su mejor general para defender África de las legiones de Escipión.
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